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Music....Conecting people

El famoso flautista de Hamelín ilustra con claridad el fenómeno en el que quiero poner el foco de esta entrada; el curioso caso de cómo millones de ratas quedaron embrujadas por el sonido melodioso de la flauta del personaje. 
¿Quién no se ha sentido atraído por una música y ha sentido la necesidad de seguirla y adentrarse más en sus sonidos?
Las personas, en continua interrelación, experimentan de cuando en cuando esa sensación poderosa de sentirse comprendidos plenamente por el otro, de empatía, de bienestar en compañía del prójimo. En lenguaje coloquial decimos feeling; en el ámbito clínico, es el establecimiento del vínculo terapéutico. Yo lo denominaré sencillamente conexión.
Me refiero a ese espacio en el que dos personas convergen, un punto de entendimiento que se materializa en una mirada cómplice, un ritmo común, movimientos coordinados. Un baile para dos a ritmo dialogante, desde el respeto al otro y dirigido por la escucha, que a veces atiende al silencio, y otras veces se ocupa de palabras que entre gritos buscan hacerse oír. 
Dicha conexión se puede sentir en diferentes espacios y ámbitos de la vida. Puede bastar una conversación para prender esa chispa, incluso desde el lenguaje no verbal es posible sentirnos en sintonía con alguien; esa persona que de lejos te hace llegar su apoyo, que te da la razón sin mediar palabra, utilizando un simple asentimiento de cabeza, su postura corporal o una mirada. 
Pero, ¿qué ocurre cuando esa conexión se produce a nivel musical; cuando una misma música os hace vibrar, cuando en una improvisación se percibe esa cohesión, cuando bailas con alguien y los movimientos sencillamente fluyen, cuando incluso se han sincronizado vuestras respiraciones en una audición o concierto musical? 
Es en ese preciso momento en el que se crea ese lazo, que se entra en contacto con lo más profundo de nuestro ser y, a diferencia de lo que ocurre en el lenguaje verbal (repleto de habilidades sociales para combatir cualquier intento de acceder a la intimidad), no disponemos de herramientas que musicalmente nos defiendan ante tal desnudez. Uno no puede bailar sin decir nada de sí mismo, ni puede improvisar con un instrumento a la vez que otra persona sin que se establezca relación alguna con ella. Quién baile o realice improvisaciones con asiduidad sabrá de lo que le hablo.
Si se observa con atención lo que ocurre en estas circunstancias, a primera vista parece mágico. El sentimiento de cercanía hacia el/la compañer@ es indescriptible. Después de tal "baile" los sentimientos afloran irrefrenablemente. Quién vive sin miedo a sentir, se llena de emociones positivas y comodidad, pero quién recela de las relaciones íntimas puede considerarlo sumamente amenazante. En terapia es un momento clave.
En una sesión de musicoterapia, cuando se produjo este contacto, una chica comenzó a llorar: "Sonaba tan bien que me he emocionado"
Un niño que había sufrido abandono reaccionó con violencia: "No quiero tocar más, prefiero yo solo y que tú no toques"
Varias personas entrevistadas, tras un par de días de compartir pista de baile, rotando y alternando las parejas sin preguntarse ni siquiera el nombre, afirman: "parece como si le conociera de toda la vida, siento confianza".
Así pues, cuando nos relacionamos con música, algo muy interno se mueve en nosotros, y al igual que las ratas del cuento, sentimos el embrujo poderoso de los sonidos; consonancias, disonancias y silencios, que transmiten más que mil palabras.