Sólo he conocido dos personas que aseguran no recordar ningún tipo de música en su infancia: ni canciones de cuna, ni de dibujos animados, ni melodías entonadas por su madre o por su maestra de infantil.
Curiosamente dichas personas fueron víctimas de una infancia cruel, viviendo circunstancias que les obligaron a "disociarse". La disociación es un mecanismo de defensa que utilizamos cuando el dolor es tan grande que nuestro cuerpo no puede soportarlo, existiendo distintos grados en su expresión.
* Hablaré de disociación sin entenderlo como síntoma estrictamente clínico, ampliando su definición a un contexto defensivo puntual en situaciones concretas.
Por ejemplo, hay personas que hablan de una dificultad emocional o patología como si ellos mismos fueran profesionales del sector: "Lo normal en estos casos es mostrar desorientación, sentirse confuso..." Hablan de sí mismos sin conectar con la emoción propia del momento (Estoy confuso, desorientado), emoción que sería concordante con el contenido del mensaje. La máxima expresión de disociación y la más conocida, aunque no por ello la más frecuente, es la doble personalidad.
Por tanto, si la música facilita la conexión con nuestra emoción, ¿Evitar la música dirigiendo la atención a otros estímulos podría, en algunos casos, ser indicador de estar sufriendo intensamente?
A menudo pido a mis pacientes que diseñen lo que yo llamo "La historia sonora". En una línea de tiempo les pido que coloquen distintas canciones o músicas representativas de cada etapa. Si bien dichas canciones pueden ser objeto de análisis, siempre destaco aquellos momentos, fases de la vida o situaciones muy decisivas que son plasmadas en la línea de tiempo, pero que no van a acompañadas de recuerdos musicales.
Son aquellos casos en los que no hay música, no hay melodías de acceso a nuestro mundo emocional (al que quizá preferimos no oír), los que llaman poderosamente mi atención: cuando elegimos escuchar al SILENCIO.
