Teniendo en cuenta la tendencia actual
de añadir a todas las palabras el sufijo –terapia para hacer referencia a
sensaciones de bienestar (aromaterapia, risoterapia…), me veo obligada a
escribir este post para contextualizar el campo de la Musicoterapia, cuyo rigor
científico supera esta concepción simplista de búsqueda de experiencias
positivas.
De la misma forma que uno no se
convierte en psicólogo por escuchar las penas del vecino (si bien es cierto que
la escucha contribuye al bienestar del prójimo), tampoco se convierte en
musicoterapeuta aquel que utiliza la música en un momento puntual para crear
una sensación determinada.
He leído páginas en las que se recomienda
Chopin para el dolor de cabeza o Mozart para dolencias estomacales. Desconozco si
estos métodos son eficaces pero garantizo que no son en absoluto científicos y
la musicoterapia como ciencia, está muy lejos de todos ellos.
La musicoterapia no se dirige
exclusivamente a relajar a las personas, ni se reduce a la mera escucha
musical. En otro momento hablaremos de técnicas y recursos.
Según Bruscia (1997) para poder
hablar de musicoterapia tienen que confluir varios factores:
- Un terapeuta
- Un cliente
- La música como herramienta de un
proceso sistemático (es decir, con unos objetivos, evaluaciones y métodos).
En España esta disciplina se
estudia como un máster post universitario, pero en diversos países europeos y
americanos Musicoterapia es una licenciatura, en la que los alumnos estudian
paralelamente música y aspectos terapéuticos.
Otro aspecto relevante y a menudo
comentado, es si tener conocimientos musicales supone un requisito insalvable. Pues
bien, la respuesta es sencilla. Si un psicólogo desempeña su trabajo en Inglaterra
parece indispensable poder comunicar en inglés, ¿verdad? No me atrevo a afirmar
categóricamente que es imposible realizar una intervención sin conocer el
idioma, pero debo señalar que me parece como poco, complejo.
Y así pretendo disipar dudas de lo que sí es y lo que no es Musicoterapia.
Oír música, relajarse, cantar, bailar, etc... son actividades que pueden hacernos sentir bien, y pueden formar parte de un proceso terapéutico, pero desde el ámbito científico y la ética profesional, por sí solas no pueden denominarse Musicoterapia.